Bones and All: Hasta los huesos by Camille DeAngelis

Bones and All: Hasta los huesos by Camille DeAngelis

autor:Camille DeAngelis [DeAngelis, Camille]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil, Romántico, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2015-03-01T00:00:00+00:00


* * *

Después de cenar, nos tumbamos sobre el contrachapado y Lee encendió su transistor. Al principio lo único que encontrábamos en onda media eran partidos de béisbol o rollos políticos, pero entonces sintonicé esto:

«¿Sabéis? Todos somos hermanos y hermanas aunque a menudo no actuemos como tales. Todo el que espera en la cola del supermercado, todo el que espera a tu lado en un semáforo, todo aquel a quien ves pasar de camino al trabajo cada mañana...».

El hombre sonaba como un predicador a la antigua usanza, salvo porque lo que decía tenía cierto sentido. Su voz era fuerte, trémula, maravillosa, y me quedé mirando la radio posada sobre el contrachapado entre los dos y escuchando como si mi vida dependiera de ello.

«¿Esa colega tuya que parece incapaz de decir nada bueno de nadie? Es tu hermana. ¿El ladrón que entró en tu casa y te vació el joyero? Es tu hermano. ¡Hemos de perdonarnos los unos a los otros!». Podía imaginar al predicador con claridad: alto y delgado, con la nariz alargada y la nuez prominente, y un aspecto de lo más serio con su traje gris y su pajarita carmesí.

No me di cuenta de que el programa era en directo hasta que se oyó un coro de voces exclamar (débilmente, pero solo porque estaban muy lejos del micrófono): «¡Amén! ¡Así se habla, reverendo!».

El predicador continuó: «Y sin embargo no podemos perdonarnos los unos a los otros hasta que no nos hayamos perdonado a nosotros mismos». Observaba a su público a través de unas gruesas gafas negras como las que usaban los hombres en los años sesenta, y tenía una pequeña cicatriz en una ceja donde el patín de hielo de su hermana le había provocado un corte cuando tenía seis años.

El público le respondió de forma cálida y estruendosa. «¡Aleluya! ¡Perdona y serás perdonado, hermano!». Habían recorrido largas distancias para estar allí esa noche, sin importarles cuántas veces lo hubieran visto ya. Era una de esas iglesias en las que la gente se tambaleaba, temblaba e invocaba en alabanza al hombre que murió por sus pecados. (Jamás había sido capaz de averiguar cómo funcionaba exactamente).

«Por eso estamos aquí, ¿verdad? Por el perdón. Ese es el motivo por el que estás aquí, ¿no es cierto, hermano?».

Una voz distante respondió: «Claro que sí, reverendo».

Cerré los ojos y me vi delante de aquella multitud. El hombre de la pajarita carmesí se volvía hacia mí y me tendía la mano con ademán acogedor. «¿Y tú, hermana? ¿Para qué estás aquí?».

Abrí la boca, pero alguien respondió por mí con voz metálica por la radio: «Para perdonar y ser perdonada».

Lee bostezó.

—Allá donde vayas, en cualquier lugar de este país, en la radio no hay más que fanáticos de Jesucristo.

—Este tipo no es el típico fanático —repliqué—. Me gusta lo que dice.

—Claro, claro. Te embaucan con todo ese rollo del amor y la aceptación y, una vez que te tienen, empiezan a decirte que necesitan más dinero y que Jesús quiere que sus amigos estén a las duras y a las maduras.



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